Hoy se cumplen mil ochocientos sesenta años de la muerte de Lucano y, aunque no es una efeméride de números redondos, es difícil que en el último día de abril, de cada año, los ecos de su memoria no resuenen en las salas del Museo Garnelo.
Pola Argentaria, su afligida esposa, dedicó su vida a que no se olvidase el genio de su amado. Se le atribuyen apasionados versos de dolorido recuerdo y una frase que es para nosotros un mandato, que va más allá de la conservación de la propia obra de arte.
“No muere el hombre si su muerte vive”
En el Museo Garnelo, cada pincelada de la obra del Prado respira de nuevo, contando la historia original con una frescura casi recién descubierta. La luz que siempre habitó la paleta del artista, entra al servicio de la tragedia, es como si la propia alma de la obra hubiera exhalado un suspiro de renovada juventud, para satisfacer los deseos de Pola y del propio Garnelo, que siempre colocaba a la mujer en un plano de superioridad moral o intelectual junto a su pareja. Aunque no es Pola la protagonista, la sitúa en el centro de la composición, como si quisiera recordarnos su deseo de perpetuar la memoria de su marido.
LUCANO, SU GENIO Y SU DESTINO

Corría el año 40 d.c. y Marco Anneo Mela, padre de Lucano, ejercía en su Córdoba natal las tareas propias de la clase ecuestre romana, labores de administración relacionadas con el comercio y la banca. Siempre estuvo en su mente un ascenso en la escala social romana, quizá influenciado por su familia. Mela era hijo de Séneca el Retórico y hermano de Lucio Anneo Séneca, que se había convertido en tutor de Nerón, por lo que aceptó el noble cargo de procurador imperial en Roma, a donde se trasladó con su familia.
Pero la Urbe, laberinto de ambiciones y sombras, tejió un sino cruel para su estirpe. Nerón, emperador de alma turbia, primero honró a Lucano con su amistad, pero luego, celoso de su brillantez poética, lo arrojó a la oscuridad de la sospecha.
En la obra de Garnelo, Mela aparece representado con los rasgos familiares de su hermano Séneca, en una actitud en la que parece lamentarse de su venida a Roma, espejismo de grandeza que devora a sus propios hijos. En ese instante capturado por nuestro artista, parece reprocharse a sí mismo no haber permanecido en Córdoba cultivando la paz y la sombra; entonces, la llama de su Lucano danzaría aún en el viento de la historia, en lugar de extinguirse bajo la noche implacable de la tiranía neroniana.
Por reclamar el patrimonio de su hijo, Mela fue acusado al año siguiente de su muerte, por Fabio Romano, de haber participado junto a aquel en la conspiración de Pisón. Ante un desenlace inevitable decidió suicidarse, no sin antes redactar un codicilo en el que donaba su fortuna a dos de los hombres más influyentes del entorno de Nerón, Tigelino y Capitón. Tan inconcebible gesto puede interpretarse como un intento de proteger a su familia restante y amortiguar su caída en desgracia.
Lucano fue inicialmente cercano a Nerón y formó parte de su círculo íntimo, incluso le dedicó una alabanza (Laudes Neronis) que leyó públicamente en los juegos en honor al emperador. Sin embargo, su relación se deterioró debido a la envidia de Nerón hacia el talento poético de Lucano, que incluso le hizo abandonar una lectura pública del cordobés, a prohibirle publicar sus versos, hacer declaraciones públicas y ejercer la abogacía. De esta forma lo narra Tácito en el libro XV de sus Anales.

Este abuso de poder llevó al joven poeta a unirse a la Conspiración de Pisón para derrocar a Nerón. Descubierta la conjura, Nerón ordenó a Lucano suicidarse en el año 65 d.C., cuando tenía 25 años. Tácito ofrece un relato escalofriante de sus últimos momentos: mientras su sangre fluía y sentía que sus extremidades se enfriaban, Lucano recordó un pasaje de su propia Pharsalia donde describía la muerte similar de un soldado. Garnelo representa en un ángulo del lienzo un papiro del poema, fiel a la descripción de Tácito.
En el centro de la composición, junto a Mela, aparece un desconsolado Marco Valerio Marcial, el poeta bilbilitano amigo de Lucano. Marcial dedicó tres poemas a las celebraciones del aniversario del nacimiento de Lucano, organizadas por Pola Argentaria muchos años después de la muerte del poeta. En estos poemas, Marcial presenta a Pola Argentaria como una mujer dedicada a la tarea de hacer perdurar el recuerdo de su esposo. Además de celebrar la gloria de Lucano, Marcial quiso destacar la devoción de Pola, inmortalizándola en su homenaje. Las fuentes indican que Marcial, junto con Estacio, siempre consideró a Lucano el poeta más grande de su generación.
«Día es este en que, consciente de un gran nacimiento, nos dio a Lucano y a ti, Pola. ¡Ah, cruel Nerón! Ninguna culpa más odiada: este crimen, al menos, nunca te debería haber sido permitido cometer»
Emilio Castelar realizó, en 1857, una tesis doctoral titulada Lucano, su vida, su genio, su poema; que fue leída en la facultad madrileña de filosofía en su investidura como doctor. Además, en 1871, escribió una extensa novela histórica titulada Nerón. Para muchas fuentes, Garnelo se inspira en Castelar para componer “Muerte de Lucano”. Es cierto que el interés por los temas clásicos, en la España de la segunda mitad del siglo XIX, pudo haber influido en su elección del tema, que ya había motivado a su padre para una composición similar, que presentó a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1866, el mismo año de su nacimiento. Pero, ante la ausencia de elementos descriptivos en la obra de Castelar, creemos que la erudición de Garnelo le llevó a investigar otras fuentes contemporáneas o más cercanas a la vida de Lucano, tales serían las obras de Tácito y Suetonio; incluso, como veremos más adelante, los propios versos de Pola Argentaria.
Al contemplar la fatal escena que Garnelo plasmó con maestría, nuestros ojos se posan sobre una figura enigmática, situada a la izquierda y vuelta de espaldas al espectador, recibiendo un foco de luz. Este hombre está apoyado en el borde de la bañera, mostrando una actitud de abatimiento, un peso silencioso ante el fin que se despliega. Imaginemos a Estacio Anneo, un antiguo esclavo proveniente de la Hélade, tierra de saberes antiguos y misterios. En la Roma imperial, donde la vida, el arte, la grandeza y la opresión convivían bajo el signo del poder, los curadores del cuerpo y sus dolencias eran a menudo almas nacidas en la servidumbre, portadoras del arte de la medicina. Estacio era uno de ellos, conocedor de las fragilidades humanas y de los secretos para aliviarlas.

Pero la fortuna, o quizá el aprecio por su habilidad y carácter, le recompensó con su libertad, su manumisión. Al cruzar ese umbral, adoptó en su propio nombre el eco de su antiguo señor, Séneca, llevando desde entonces el apellido Anneo. Estacio Anneo no fue solo un liberto o un médico hábil. Cultivó un lazo preciado de amistad con el gran filósofo Séneca, tío de Lucano, un vínculo que debió de trascender las barreras sociales, forjado en el respeto mutuo y, quizá, en el umbral mismo de la tragedia familiar. Se conjetura, aunque como un susurro teñido de melancolía más que como certeza histórica, que este hombre, que ya había acompañado a Séneca en su propio forzado final apenas veinte días antes, pudo haber sido el médico presente en los instantes postreros de Lucano. Garnelo lo representa de espaldas, con un magnífico estudio anatómico. La perfección velazqueña de su torso es imponente, realzada espectacularmente por una luz que otorga a su figura una volumetría casi escultórica.

Pola Argentaria, a quien no cesamos de alabar, se alza como un corazón palpitante en el centro mismo de la escena. Situada en un primer plano, su presencia otorga al cuadro una honda perspectiva y una resonancia emocional que captura la mirada. Garnelo, con una erudición admirable, la coloca allí, reconociendo su trascendencia en perpetuar la memoria de Lucano, en una actitud de sereno dolor, una valiente resistencia a la adversidad, en la misma línea del estoicismo romano. El pintor recoge en el lienzo un gesto de una ternura postrera y un profundo simbolismo. Inclinada junto al lecho, Pola se dispone a recoger, con un beso, el último suspiro de su marido. Este acto no es casual; el culto pincel de Garnelo evoca un antiguo ritual romano, según el cual el pariente más cercano del moribundo debía recibir su último aliento para custodiar el alma, impidiendo que cayera presa de malos espíritus o maldiciones. Así, Pola Argentaria, a través de la visión de Garnelo, se convierte en la guardiana del hálito vital, en la puerta misma entre la vida y el final impuesto por la crueldad de Nerón.
En un lecho postrero, Lucano yace condenado a morir, él mismo elige cómo. Ofrece los brazos al médico y, sin sangre, desfallece mientras recita versos de un soldado herido que así expira. Suetonio nos cuenta cómo la vida se va. Su brazo helado pierde la horizontalidad del lecho y colabora en la perspectiva que ofrece el pintor; un Garnelo que, aún tan joven, nos revela una sólida formación intelectual, así como un profundo interés por el mundo clásico. El lugar respira arqueológico rigor y una ambientación fiel, con detalles geniales. Objetos simbólicos de gran valor relatan verdades, eternas y leales: una esfinge alada, símbolo de la muerte, recuerda su ubicuidad al pie del lecho. El laurel, al poeta colmado de gloria. Las cadenas, la resistencia al tirano Nerón. El brasero ardiente que, como el cuerpo, el alma exhala. Ánforas que evocan la cicuta del adiós de Sócrates. Un papiro descansa en el mosaico el saber inmortal de Pharsalia, testigo mudo de un fin elocuente.
En el límite del lienzo, emergen las figuras de pretores encargados de administrar justicia y amigos de Lucano. Sus siluetas, imbuidas de una resignación solemne, testimonian el peso inexorable del deber cumplido. Sus actitudes, contenidas y graves, son un reflejo silencioso de la ley y de la lealtad. Los ropajes, son dotados por el maestro de un realismo y de una riqueza táctil que contribuyen de manera fundamental a la precisa ambientación histórica y demuestran su profundo conocimiento del mundo clásico.
Al fondo, en la penumbra profunda, cual sombra entre sombras, se revela la silueta tenue de una asistente de Pola Argentaria. Su presencia añade un misterio velado a la escena, como el eco silencioso de la realidad oscura que sugiere la zozobra de una vela.
Y ¿qué decir de las rosas?, de ellas nos hablará, más adelante, la propia Pola Argentaria, para demostrarnos que las pinceladas de Garnelo trascienden el instante fugaz, no detienen el tiempo en su lienzo, sino que elevan su obra a la categoría de testimonio eterno. Su arte es un espejo que refleja una época, rescatando del olvido la figura luminosa de Pola Argentaria, la mujer que latió junto al alma de Lucano, inmortalizándola para la historia.
LUCANO, UNA FIGURA CLAVE E INNOVADORA EN LA LITERATURA
Lucano irrumpe en el panorama literario con un genio original. Su trascendencia radica, sobre todo, en su monumental epopeya, La Pharsalia o De Bellum Civile, que osó narrar la cruda realidad de la guerra civil romana, entre César y Pompeyo, con una visión profundamente racionalista, desterrando la intervención divina que había guiado a sus ilustres predecesores.
Lucano no buscó un héroe mitológico, sino que centró su mirada en las ideas abstractas del destino y la libertad, elevando el conflicto humano a una dimensión filosófica y política.
La majestad y entonación de sus versos, el atrevimiento de sus metáforas y el lujo de su dicción revelan una imaginación prodigiosa. Fue un valiente denunciante de la tiranía y un fiel espejo de las ideas de su siglo. Aunque algunos críticos posteriores lo consideraron más orador que poeta, su genio superior fue innegable para figuras de la talla de Dante Alighieri, quien lo colocó entre los más grandes poetas de la Antigüedad. Su legado perdura, no solo como fuente histórica invaluable de la guerra civil, sino como el poeta que, con una exactitud genial, capturó el pulso trágico de su era, sellando su vida joven con sus propios versos.
PHARSALIA
Así es conocido el poema épico de Lucano porque narra, en su libro VII, la decisiva batalla de Farsalia, que tuvo lugar en los campos de Tesalia; para algunos autores es más apropiado el nombre De Bellum Civile, que aparece en párrafos anteriores para referirse a ella. Se considera una obra innovadora y tremendamente original por varias razones fundamentales que la diferencian de la tradición épica anterior, marcada por Homero y Virgilio.
Es la creadora de la épica histórica. Lucano muestra en su epopeya un vehículo para exactitud del conocimiento histórico. Su poema se convierte en una fuente primaria para la investigación de lo ocurrido en aquel período de la vida romana, siendo en ocasiones la fuente única para ciertos hechos.
Rompe con el aparato divino. A diferencia de las epopeyas clásicas donde los dioses intervenían y dirigían a los héroes, Lucano destierra la participación divina en los acontecimientos. Carece de un héroe tradicional. En la Pharsalia, los personajes como César o Pompeyo no son héroes convencionales manejados por los dioses. En cambio, el poema se centra en las ideas abstractas del destino y la libertad. Se presenta al hombre como dueño de sus acciones y responsable de ellas. Esto marca una transición hacia una edad literaria más «humana», donde la «historia severa quita al héroe humano el brillo de que está cubierto el héroe divino». La obra, de diez libros, incorpora la exactitud y el racionalismo como facultades clave, gracias a los conocimientos científicos de Lucano.
Influencia en otros autores
Uno de los testimonios más sublimes de esta influencia se halla en la pluma del mismísimo Dante Alighieri, quien, al trazar su descenso por el inframundo poético, honró a Lucano colocándolo entre los más grandes poetas de la Antigüedad. En el canto cuarto de El Inferno, lo sitúa junto a figuras tutelares de la tradición clásica, uniendo así su espíritu al genio de la edad media. Las palabras de Dante resuenan con su eterna admiración.
Su obra representó una «ruptura» en la poesía, ofreciendo un nuevo camino para abordar temas históricos y políticos con una entonación solemne y majestuosa y un atrevimiento en las metáforas.
En épocas posteriores, el eco de la Pharsalia ha continuado inspirando la reflexión personal. Por citar solo algunos ejemplos; Montaigne, el célebre ensayista francés expresó su admiración personal por Lucano, valorando no solo su estilo, sino también su «valor propio» y la «verdad» de sus opiniones y juicios. Marmontel honra a Lucano con versos que destacan su capacidad para dar vida a la historia sin recurrir a la intervención de dioses o del inframundo, algo que Lucano logra con su «fuego divino»
Unamuno volvió a Lucano en momentos de profunda congoja personal y ante el turbulento panorama europeo y español. Encontró en los «robustos hexámetros latinos» del poema una forma de templar su espíritu ante las emociones de la guerra. Unamuno se refería a Lucano con un sentido de cercanía y pertenencia, llamándolo directamente «Aquí está Lucano, nuestro Lucano, ¡el español!». Don Miguel identificaba la Pharsalia como un poema que «canta a un vencido, a Pompeyo». Vio en esto el «primer canto robusto de esta mi patria», y consideró que «Ya se anunciaba el quijotismo». Para él, «¡Lucano fue un profeta de don Quijote!». Reitera esta idea al llamar a Catón «una especie de Don Quijote romano y pagano».
Además de su célebre epopeya, Marco Anneo Lucano escribió numerosas otras obras, cuya enumeración excede nuestro propósito, sin embargo, la mayoría de ellas no se han conservado hasta nuestros días, solo conocemos sus nombres y, en algunos casos, su temática general. De su extensa producción, solo Pharsalia ha llegado, aunque inconclusa, íntegramente a nosotros.
POLA ARGENTARIA, SU DESEO, NUESTRO OBJETIVO
“No muere el hombre si su muerte vive”
Algunos la describen como una «bella mujer con notables inquietudes intelectuales», criada en un «ambiente culto» que sin duda reforzó su interés por la literatura y facilitó su relación con Lucano.
No fue una mujer ordinaria; debió poseer una «personalidad sobresaliente» que, incluso en su madurez, conservaba «su encanto» y atraía a un «exquisito grupo de mujeres». El poeta Estacio llegó a sugerir, a través de la musa Calíope en su Tebaida, que Pola cantaba y componía versos, con una imagen de talento poético. Estacio la describe, además, con una «juvenil gracia» y la llama «elegante (nitida) Pola».
Pero, quizá, el rasgo más conmovedor de Pola fue su inquebrantable fidelidad y valentía tras la trágica muerte de Lucano. A pesar de que el poeta murió bajo una acusación muy grave y recordar su memoria podría traer problemas, esta mujer «enamorada» no tuvo miedo de seguir celebrando cada año el aniversario del nacimiento de su esposo. Marcial le dedicó epigramas para este día, y en uno de ellos pide al dios Febo que Pola «celebres a menudo a tu marido y que él lo celebre». Este acto de conmemoración, realizado durante casi treinta años, demuestra que fue «una mujer valiente y de gran carácter». No se limitó a ser la viuda devota, sino que, en aquel refinado mundo de la sociedad romana culta, sobresalía «por sus propios méritos».
Su origen
En el Valle de Alcudia, La Bienvenida es en la actualidad una pequeña aldea muy próxima a la frontera Andaluza. Allí se encuentran las ruinas de Sisapo, una ciudad romana que se venía identificando, desde antiguo, con Almadén. Las nuevas investigaciones desvelan que era la capital de una vasta comarca minera. Sierra Morena, territorio antaño explotado por los oretanos íberos, se reveló como un enclave de especial interés para el florecimiento de la minería romana de la Bética. Aunque las minas pertenecían al Estado romano, su explotación se confiaba a empresas como la «Sociedad Sisaponense», cuyo nombre resonaba en los escritos de Cicerón y Plinio. Esta compañía centró su actividad en la extracción y el comercio de la valiosa galena argentífera y el preciado cinabrio, procedentes de las comarcas de Almadén y del Valle de Alcudia.


La dirección de las empresas mineras, aunque generalmente confiada a hombres libres, admitía en ocasiones la participación de libertos, quienes, liberados de su anterior condición, podían ascender hasta alcanzar una posición social notable. Tal fue el caso de un antiguo esclavo de la Sociedad Sisaponense, cuyo vínculo con la explotación y el comercio de la plata quedó grabado en el sobrenombre de Argentarius. A esta familia, favorecida por un ascenso social que probablemente la elevó hasta el rango ecuestre, pertenecería una mujer de singular belleza y espíritu cultivado, Pola Argentaria, cuyo nacimiento es situado por algunas fuentes en las proximidades de Córdoba, en el siglo I de nuestra era.
El hogar de Pola Argentaria se cimentó sobre la prosperidad de su padre, Pollius Argentarius, hijo del orador Argentarius, cuya posición favoreció el encuentro con ilustres familias cordobesas, entre ellas los Anneo, cuna del insigne Séneca. Pola floreció en un ambiente de saber y refinamiento, nutriendo su innata pasión por las letras. Este entorno propicio tejió los hilos de su destino con Marco Anneo Lucano, sobrino del gran Séneca, a quien su vida y recuerdo quedaron vinculados hasta su muerte.
Muchos autores sugieren que poseía especial gracia para cantar y componer versos. Ella deseaba que sus celebraciones poéticas fueran como un «obsequio suyo» al poeta amado, para ello compuso estos versos.
«Esposo mío, hoy han muerto contigo la justicia y la poesía.
Esto se ha grabado con fuego y con dolor en mi memoria:
mi corazón sangrando junto a tu corazón;
tu rostro amado, una rosa tanto más blanca
cuanto más se teñía tu lecho de púrpura.»
Garnelo, “el pintor más culto de su época”, hace que el verso florezca con un tapiz floral de rosas blancas y la fragancia de la emoción. Su belleza reside también en la capacidad de evocar mundos enteros en sus pinceladas. El cuadro no solo ilustra el momento histórico, sino que lo expande, ofreciendo una nueva ventana a su esencia.
F. R.
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